domingo, 24 de mayo de 2009

La aventura de ser docente

Vuelvo los ojos a mi práctica docente después de la lectura del texto “La aventura de ser maestro”, de José Manuel Esteve, y saco las siguientes conclusiones:
En cuanto a la identidad profesional, yo entiendo la necesidad de estar siempre al servicio de los alumnos, pero debo establecer una lucha permanente por evitar el lucimiento; porque estamos formados en esta sociedad individualista, y a veces nos gana el afán de “demostrar”, o simplemente, pensamos que en esta sociedad “sólo presumiendo” te la van a creer. Ahora, si considero el aspecto comunicación e interacción, veo mis fallas en el sentido de permitir que los tiempos, las exigencias administrativas, etc. me impidan establecer un mejor equilibrio entre escuchar a los alumnos y dejar yo la escena; con la preocupación de “cubrir huecos” en los contenidos ya no escucho, me coloco yo en escena, o al revés, dejo solos a los alumnos y me retiro por completo sin escucharlos suficientemente. En relación con la disciplina, creo que debo seguir valorando, como lo sugiere la lectura, el razonamiento y el diálogo como las mejores armas, aún cuando tengamos grupos tan numerosos. En mi práctica, si hablamos de contenidos y niveles, creo que sí existe el problema de los alumnos que me quedan “desenganchados”; más por los conocimientos previos que no traen, y les impide avanzar, que por ponerles la asignatura o el conocimiento o la ciencia en un nivel muy alto o muy abstracto; es un problema que debo solucionar.
Creo que mi trabajo puede mejorar si considero los siguientes aspectos: en primer lugar, necesito observar y analizar permanentemente mi práctica y ver qué puedo modificar para mejorar, no puedo desear la transformación de los alumnos si yo mismo no sufro cambios y avances en mi saber y en mi proceder. En segundo lugar, debo tomar en profundidad la idea de que con el alumno aprendemos, y esto tiene relación con lo dicho antes, pues dentro de todo lo que aprenda de ellos, debe estar el conocimiento de cómo mejorar mi actuación docente. Y en tercer y último lugar, que no me debo aislar, lo que sucede en mi aula tiene relación con lo que acontece en las demás y con la institución en general.

Mi confrontación con la docencia

Desde mi infancia los profesores y profesoras, con los que tuve relación escolar, dejaron una huella muy profunda. No podré olvidar mientras yo viva a la “maestra” Elvia, del preescolar, nivel que en aquellos tiempos, los sesentas, se llamaba Kinder. Ella experimentó con nuestra generación y logró que saliéramos de su institución ya con el primer año de primaria cursado. ¡En aquellos tiempos, en los que no se ponían de moda las competencias, ni los métodos de proyectos! Ella se desvivió por nuestra formación y desarrollo intelectual, nosotros terminamos bien preparados y, desde luego, enamorados de esa gran personalidad. Hoy, cuarenta y tantos años después, sigo enamorado de Elvia pero, lo más importante, creo, como ella lo creyó y lo actuó, que al alumno se le debe de querer siempre, no importa cómo sea, qué tanto desarrolle o responda a nuestras expectativas, quererlo por sobre todas las cosas… esa fue la gran enseñanza de aquella maestra, sí, Maestra, aunque nunca haya alcanzado ese grado de educación formal. Pongo el ejemplo de mis primeros contactos con los trabajadores docentes, sólo para dejar muestra que confirme mi primera afirmación: la impronta que dejaron en mí. Porque podría contar el del profe Pablo, que me enseñó los “quebrados” en tercero de primaria y jamás se me olvidaron, o el del profe Rosendo que nos ponía a leer los Supermachos y otros textos y luego a debatir; contar, contar, pero el espacio aquí no lo permite ni soy tan cruel para torturarlos tanto. Y así, no es de extrañar que, saliendo de la secundaria, como era posible en ese entonces, me decidiera por ser profesor. Además, en unos añitos, con sacrificios claro, podían tener casa y hasta ¡un carrito! ¿Qué más podía pedirle a la vida, a la vida de pobreza en la que me debatía? Pero no, no se me hizo de inmediato, sólo pude hacer examen de admisión en un CETA, Bachillerato con especialidad, la normal estaba en la capital y no había recursos. Tendría que pasar un año como preparatoriano técnico para que la oportunidad llegara: la ENaMaCTA (Escuela Nacional de Maestros de Capacitación para el Trabajo Agropecuario), internado, ofreció a mi escuela 12 becas a las mejores calificaciones en la especialidad. Ni tardo ni perezoso me embarqué en la aventura.

En cuanto terminé los estudios en la ENaMaCTA empecé los de Normal Superior, y apenas trabajé un año como profesor técnico en secundarias, cuando ya tenía la invitación para fundar una preparatoria, en una región serrana, olvidada. No lo pensé dos veces, me volví a embarcar, a vivir sin sueldo, con sólo comida y techo proporcionado por los pobladores. La preparación académica personal también era poca y el esfuerzo para hacer el mejor papel debía ser inmenso… y lo hice. Paradojas de la vida, son los mejores años de mi vida como docente, con las mayores satisfacciones. Nuestra casa era eso y biblioteca, lugar de estudio, de discusión y de sueños, para profesores y alumnos. De esa generación hoy existen médicos, agrónomos, economistas, matemáticos. Algunos egresados de la UNAM y algún otro que, de ahí, sus profesores, sorprendidos por su preparación, lo empujaron hacia el extranjero y allá terminó su carrera. Pero allá estábamos olvidados, alejados del sistema educativo, donde sí nos importaba el trabajo a-ca-dé-mi-co. Los que iniciamos el proyecto nunca pedimos frutos para satisfacer nuestros intereses, y cuando la escuela empezó a ser reconocida por el sistema educativo dijimos adiós, parafraseando a John Lennon: el sueño había terminado. ¿Cómo explicar el impacto que logramos, académicamente hablando, sin los modelos educativos hoy, y desde hace algunos años, en boga…? Pero las glorias del pasado son eso, simples glorias del pasado de las cuales no puedo seguir viviendo en el presente. Hoy tengo que responder por lo que hago, y lo que hago es lo que soy.

Hace dieciséis años que de nuevo laboro en el nivel medio superior y ha significado un verdadero reto. En primer lugar, porque las necesidades del sistema y de la institución y las de uno mismo obligan, de pronto, a hacerle al todólogo; hay que aprender y aprender rápido, porque “tienes” una nueva asignatura. Luego, los grupos, numerosísimos. Después, la actualización, que la dan a cuentagotas y sin sistematización. Y por último, lo administrativo, siempre en conflicto con lo académico y, en la mayoría de las veces, importa más lo primero que lo segundo. Si a esto le agregamos el conflicto generacional y la necesidad de un segundo trabajo, me puedo representar como un garboso torero, capote en mano. La comparación representa los claroscuros de la situación: el garbo representa lo orgulloso que me siento de pertenecer a mi centro de trabajo identificándome con compañeros que, igual que yo, se ponen la camiseta y enfrentamos todo lo adverso; lo de torero significa lo consciente que estoy de la situación compleja que es la docencia, más en los tiempos actuales, y que a pesar de todo ahí estoy, armado a lo mejor con mucha más pasión que arte pero jugándomela, y transmitiendo a los demás ese sentimiento para que vean que lo que hago no es un simple juego; el capote simbolizaría, en mí, la necesidad de sólo darle la vuelta a todo ese cúmulo de situaciones con las que no estoy de acuerdo, que quisiera cambiar, pero soy consciente de que son imposibles, por eso simplemente las capoteo. Sin embargo, puedo decir y desprender de lo dicho, que tengo como motivos de satisfacción: el hecho de estar donde estoy por méritos propios, por personal esfuerzo; por haber tenido hasta hoy fuerzas para decirle no a la corrupción; por saber que mis alumnos saben que podrían criticarme y cuestionarme por muchas cosas, tal vez, pero nunca por deshonestidad y falta de entrega en mi trabajo. Mi insatisfacción es una pero es inmensa: no poder dar “la ración suficiente” de aprendizaje significativo y para la vida, que tanto merecen y necesitan mis alumnos.

Los saberes de mis estudiantes

EL profesor con gran cúmulo de conocimientos, aquel que en mis tiempos nos dejaba con la boca abierta, está, en estos tiempos del internet, según los teóricos del aprendizaje y la educación, pasando de moda. Ahora como el profesor difícilmente “apantalla” a sus alumnos, que tanto han visto y siguen viendo a través de la nueva tecnología, su función se transforma: de simple transmisor de conocimientos, cambia a creador de situaciones de aprendizaje, es decir, a mediador entre sus alumnos y el conocimiento, a vinculador de éste con la realidad. Para los docentes que llevamos años en los caminos del magisterio la tarea no es nada fácil, pues debemos emparejarnos con los tiempos de las TIC en una forma muy similar a la carrera entre la tortuga y la liebre donde, desde luego, jugamos el papel del simpático testudíneo. Sin embargo, debemos asimilar la actitud del animalito en desventaja: cubrirnos de su paciencia y voluntad para nunca cejar en el intento.

Mis alumnos en el manejo de las TIC me dejan muy atrás. Según el diagnóstico aplicado sobre el uso de internet la gran mayoría chatea, utiliza diversas herramientas para bajar y subir música, videos, imágenes, y muchos pertenecen a comunidades virtuales. Podemos concluir con este ejercicio que se concentran mayormente en el uso como reservorio, y es sensiblemente escasa, y de baja calidad, su participación en el ciberespacio como arena de acción social.

La estrategia que utilizaré con mis estudiantes consistirá en lo siguiente:
a) Cada uno de los dos grupos de segundo año, en la materia de Literatura y contemporaneidad II, se divide en seis equipos.
b) Tres equipos, en cada grupo, trabajarán el cuento “La tejedora”, o “La moza tejedora” según la traducción, de Marina Colosanti. El primero, se concentra en detectar los recursos de adjetivación y musicalidad o ritmo en la escritura; el segundo, en localizar expresiones literarias sobresalientes y en su traducción al lenguaje común; y el tercero, en la relación fantasía-realidad para sacar una enseñanza para la vida. Los otros tres, también de cada grupo, trabajarán como sigue: el cuarto se enfrenta al cuento “El zorro es más sabio”, de Augusto Monterroso, y lo usa para describir la capacidad de síntesis del escritor; el quinto, lo relaciona con la obra de Juan Rulfo; y el último equipo, cambia de texto, analiza el lenguaje de “Es rubia, el cabello suelto…”, poema de José Martí, y lo relaciona con las características de la corriente literaria a la que pertenece.
c) Cada equipo elabora un breve trabajo escrito, y lo enriquece con imágenes, fotografías, con vínculos musicales y, si es posible, de video. Por supuesto, se trata de que usen internet para obtener todos los materiales necesarios para la producción del trabajo. En el proceso, según las necesidades y tareas, los alumnos del equipo que saben desenvolverse mejor en internet, le enseñarán a los que no saben o tienen más limitaciones.
d) El profesor de la materia proporciona los sitios de localización de documentos y el asesoramiento necesario cuando existan obstáculos para avanzar en las tareas; también se cuenta con el apoyo del profesor de informática.
e) Finalmente, cada grupo crea su bitácora y publica sus trabajos. Invita a compañeros de la comunidad, alumnos y profesores, para que lean y comenten su producción.

El proyecto se realizará en el centro de cómputo, en las casas de los alumnos, sobre todo de aquéllos que tienen la ventaja de poseer una computadora personal, o en los llamados cibercafé. La misma bitácora con sus trabajos constituirán las evidencias de enseñanza-aprendizaje.